ARGUMENTO _ PRIMERA PARTE_
Un hidalgo cincuentón de un lugar de la Mancha, Alonso Quijano, a quien sus paisanos llamaban el Bueno, pierde el juicio de leer libros de caballerías y decide imitar a los héroes cuyas hazañas veía escritas en dichos libros y dejar de ser hidalgo de aldea –rocín, galgo, hurón, lanza y adarga– para convertirse en caballero aventurero. Realiza un auténtico ascenso social por su cuenta, y, sin tener derecho por su condición de hidalgo a utilizar el don de caballero, él se lo pone delante de su nombre inventado y se hace llamar don Quijote de la Mancha. Se provee de armas antiguas y desiguales, propias y de sus abuelos, se viste algunas piezas de una armadura arrumbada en un rincón y tomada del orín, y se compone un equipo completo de caballero andante, haciendo de un morrión de alabardero celada de caballero con cartones de papelón, alambres y unas cintas verdes, de tal manera que, más que de un caballero armado como es debido, el efecto que produce es el de un hombre disfrazado, un personaje de carnaval que se mostrara así en todas las épocas del año. Encomendándose a su dama, Dulcinea del Toboso, en quien él había idealizado a la campesina Aldonza Lorenzo, y montando en su desvencijado caballo Rocinante se pone en marcha en busca de aventuras por los famosos campos de Montiel. Sale de su «lugar» y se «desterritorializa» transgrediendo una norma no escrita de la sociedad aristocrática estamental, que reservaba a cada miembro del cuerpo social un lugar en el mismo: el labrador en sus pegujares, labrando la tierra; el hidalgo en su aldea, cazando con su hurón, atendiendo a la labranza de sus pocas yugadas de tierra y cumpliendo con sus obligaciones de cristiano; el caballero en la corte del rey, en el gobierno y en la milicia; el rey en el trono; los clérigos rezando. Por eso Alonso Quijano, al convertirse en don Quijote, esta cometiendo una auténtica transgresión social para su época, se está saliendo del papel que su sociedad le reserva como hidalgo de aldea.
Además, en su segunda salida se lleva con él a un labrador, Sancho Panza, que está dispuesto a dejar de serlo, a abandonar el campo y a no trabajar la tierra, y a convertirse en conde, duque, gobernador de una ínsula, o incluso obispo en «un quítame allá esas pajas», aunque para ese último cargo eclesiástico tiene el impedimento, no poco grave, de estar casado con su Mari Gutiérrez, o Juana Panza o Teresa Panza, que de todas estas maneras es denominada en el libro la mujer de Sancho.
Después de recorrer nuestro hidalgo fatigosamente la alta Mancha, solitario en su primera salida, se tropieza con una venta, que él cree ser un castillo, donde es recibido por dos mozas del partido (rameras), la Tolosa y la Molinera. Vela sus armas y es armado caballero por un ventero bribón, antiguo pícaro de los de la playa de Sanlúcar, a quien él confunde con el caballero señor del castillo, el cual le despide recomendándole que para otra ocasión se provea de dinero y de camisas.
Investido con el nuevo carisma de caballero novel, su primera hazaña consiste en proteger a un muchacho, Andrés, a quien su amo, Juan Haldudo el rico, vecino del Quintanar, estaba azotando. Más tarde encuentra a unos ricos mercaderes toledanos, a quienes manda que vayan a El Toboso a presentarse a Dulcinea. Al no obedecerle, arremete contra ellos y se cae del caballo. Un mozo de mulas, poco paciente, no soporta las bravatas que don Quijote les dirige desde el suelo y le rompe la lanza en las costillas. Malparado y maltrecho, es recogido por su vecino Pedro Alonso, a quien él confunde con Rodrigo de Narváez y con el Marqués de Mantua, personajes literarios de sus libros y del romancero. El buen labrador lo carga en su asno y lo devuelve a su aldea, donde es recibido por su sobrina, por el ama, por el cura Pero Pérez y por el barbero maese Nicolás con alivio. Lo recogen y lo acuestan en su cama, mientras él sigue sumido en su delirio caballeresco. Estamos al final del capítulo 5. En el capítulo 6, el cura y el barbero mandan tapiar el aposento donde está la librería de don Quijote y hacen una hoguera en el corral a la que arrojan, ayudados diligentemente por el ama, los libros de caballerías y otras obras de otros géneros literarios que han causado la locura del hidalgo. Es un capítulo del Cervantes historiador de la literatura con valiosos juicios sobre la narrativa española del siglo XVI.
Lo anterior podría ser el argumento de una «novella» corta a la italiana, de un cuento largo sobre la figura de un loco, semejante, por ejemplo, a la novela ejemplar cervantina de El licenciado Vidriera. Y probablemente fuera así, quizá el primer impulso del Quijote fuera esta historia corta. El argumento coin- cide con un anónimo Entremés de los romances (en el que se satiriza al escritor Lope de Vega), del cual, según Menéndez Pidal, habría recibido Cervantes la idea inicial de su obra. Pero las últimas investigaciones parecen refrendar que el Entremés es posterior al Quijote y se habría inspirado en él.
Una vez recobrado de su primera salida, se provee de camisas y de dinero, y busca la ayuda de un escudero, su vecino Sancho Panza, un rústico labrador y hombre de bien, «si es que ese título se puede dar al que es pobre», dice Cervantes, al que permite acompañarle en una caballería tan inadecuada para un escudero andante como es un asno. En el fondo Sancho, bobo y socarrón al mismo tiempo, está encantado con irse de su casa a la aventura y perder de vista por un poco tiempo a su mujer, de la que más adelante dirá que, si bien es verdad que no es muy mala, tampoco es que sea muy buena. Con la creación de la figura de Sancho surge la principal aportación de Cervantes a la novela moderna: el diálogo. Los parlamentos entre el caballero y el escudero, llenos de sorpresas humorísticas, a causa de las situaciones y de las prevaricaciones idiomáticas de Sancho, son un recurso permanente de comicidad: «arremeta don Quijote y hable Sancho Panza», dirá un personaje de la Segunda parte.
Y se reanudan las aventuras en esta segunda salida de don Quijote. Se suceden la de los molinos de viento (cap. 8), la de los frailes benitos y la del vizcaíno. En este momento se interrumpe la historia porque el autor (Cervantes) dice que el texto de donde nos enteramos que estaba tomando la historia no continúa. Pero un día, paseando el autor en Toledo por el Alcaná (el barrio de los mercaderes que estaba pegado a la Catedral), encontró en la tienda de un sedero unos papeles escritos en caracteres arábigos. Se los hizo traducir por un morisco aljamiado de los que por entonces todavía vivían en la ciudad. Resultó ser la historia de don Quijote, obra de un tal Cide Hamete Benengeli (o sea, el Señor Hamete de Toledo, casi coincidente con el título de una obra teatral de Lope de Vega, El Hamete de Toledo, ya que Benengeli, significa «berenjenero», el mote que se daba a los toledanos), que reanudaba la historia truncada un poco antes, la cual entonces ya puede continuar con la victoria de don Quijote sobre el gallardo vizcaíno. A partir de aquí Cervantes es sólo el segundo autor, porque él esta tomando la historia de don Quijote de este historiador arábigo. Reanudada la historia, se encuentran con unos pastores a los que don Quijote dirige el discurso de la Edad de Oro (cap. 11). En este punto se sitúa la primera historia intercalada, la de Marcela y Grisóstomo, en la que don Quijote defiende razonablemente el derecho de la joven Marcela a no amar a quien la ama, aunque se hubiera suicidado por ella. Es el mundo de las novelas pastoriles, de La Galatea cervantina de 1585, donde se plantean los «casos de amor» en abstracto, pero es el primer momento en que Cervantes se da cuenta de que su loco don Quijote, puede ser algo más que un loco para hacer reír a base de las confusiones de la realidad, de las payasadas y de los palos. Los cuales sin embargo no terminan: se sucede la aventura con unos yangüeses conductores de unas yeguas, con las que al malhadado Rocinante, en la única ocasión en que tiene un pensamiento no casto, se le ocurre la mala idea de refocilarse. Las consecuencias son de nuevo el apedreamiento de caballo, asno, caballero y escudero. Como pueden, llegan a una venta donde don Quijote fabrica el bálsamo de Fierabrás (que Sancho llama del Feo Blas), para curar las heridas. Después de ser aporreados por un arriero, por Maritornes y por un cuadrillero de la Santa Hermandad, Sancho termina siendo manteado por quererse ir sin pagar de la venta.
Con alivio se alejan de la misma y se suceden la aventura de los rebaños de ovejas que toma don Quijote por ejércitos (cap. 18), la del cuerpo muerto, el episodio de los batanes, el de la rica ganancia del yelmo de Mambrino y el de la liberación de los galeotes (cap. 22).
Este es uno de los momentos de inflexión más importante de la Primera parte. Don Quijote concede la libertad a una cadena de presos, condenados a remar en las galeras del rey, que iban conducidos por cuadrilleros de la Santa Hermandad. El más bellaco de los galeotes es Ginés de Pasamonte, que está escribiendo la historia de su vida como una novela picaresca, en el que Cervantes reflejó al escritor, y compañero suyo en Lepanto, Gerónimo de Passamonte. El episodio tiene graves consecuencias para caballero y escudero porque serán perseguidos por la Santa Hermandad. Sancho sugiere a don Quijote que se aparten de los caminos y se refugien en Sierra Morena, y así lo hacen.
Estamos en el capítulo 23, la novela no terminará hasta el capítulo 52, las aventuras lineales que les suceden a los protagonistas serán ya escasas. Pero a partir de este punto se intercalan relatos adyacentes a la acción principal, uno de los cuales, la novela de El curioso impertinente (caps. 33-35), es una novela exenta, la cual simplemente lee en voz alta uno de los personajes. Cervantes está aprovechando para su Don Quijote «novellas», relatos cortos, previamente escritos. Los otros relatos tienen una cierta relación con la acción principal, y Cervantes consigue la unidad en la diversidad, que era uno de los requisitos más difícil de conseguir en una narración extensa, en prosa o en verso, como lo ejemplifica la Jerusalén conquistada de Lope de Vega, una epopeya que se convirtió en una obra fracasada precisamente por este defecto esencial de falta de unidad.
Reanudando nuestro argumento, don Quijote, imitando a Amadís de Gaula (que se retiró a hacer penitencia a la Peña Pobre con el nombre de Beltenebrós al ser rechazado por Oriana), decide quedarse entre los riscos de Sierra Morena en pelota (en pellote) y haciendo extravagancias, y manda a Sancho a llevar un mensaje a Dulcinea. Este se dirige a El Toboso, pero en el camino se encuentra con el cura y el barbero de la aldea de don Quijote que habían salido en su busca, los cuales le convencen para que les conduzca adonde ha quedado el hidalgo. En medio de la narración se habían intercalado los relatos cruzados de dos parejas: Cardenio y Luscinda, Dorotea y don Fernando, en las que el «raro inventor» que era Cervantes consigue la proeza de mantener en tensión unas historias que continuamente se retoman y se abandonan. Es la novela barroca. Juntos todos estos personajes, fingen que la bella e ingeniosa Dorotea es la reina Micomicona, y consiguen sacar a don Quijote de entre los riscos de la sierra. Con el cual llegan de nuevo a la venta de Juan Palomeque (caps. 32-46), cuyo nombre hemos conocido, donde se suceden nuevos episodios: el de los pellejos de vino, un nuevo discurso de don Quijote sobre las armas y las letras, la disputa baciyélmica con el barbero a quien caballero y escudero habían despojado de su bacía de azófar en los capítulos anteriores. Y nuevas novelas intercaladas: ahora la Historia del cautivo, llena de recuerdos cervantinos de su cautiverio en Argel, la cual se entrelaza con la Historia del oidor y de su hija, que
a su vez nos lleva a la Historia del mozo de mulas. Fingen un encantamiento de don Quijote y lo encierran en una jaula en la que es conducido, en un carro tirado por bueyes, por el cura y el barbero hasta su casa. En el camino encuentran a un canónigo toledano que viaja acompañado de su comitiva, como un príncipe de la Iglesia que es (caps. 47-50). Con él mantendrán una sabrosa conversación de teoría literaria sucesivamente el cura y don Quijote, en la que Cervantes expuso su teoría literaria sobre la novela, las comedias y el poema heroico. Y así, después de despedirse del canónigo, el cura y el barbero devuelven a don Quijote y a Sancho (después de intercalar una última Historia de Leandra) a su casa.
Cervantes dejó abierta la posibilidad de una continuación de su obra, indicando
que en su tercera salida don Quijote fue a Zaragoza. Pero al mismo tiempo inventó la existencia de unos pedantescos y latinados académicos de la Argamasilla, que hacían el epitafio de don Quijote como si este hubiera muerto. Los académicos argamasillescos satirizan a los personajes del Quijote, que no salen bien parados de la sátira. Son alusiones en clave contra enemigos literarios de Cervantes (Lope de Vega y sus seguidores, probablemente) al igual que los poemas y el prólogo de los textos preliminares de esta Primera parte.
Entre esta Primera y la Segunda parte del Quijote cervantino se publicó el llamado Quijote de Avellaneda (1614). El autor o los autores (Avellaneda es un pseudónimo) de esta obra literariamente estimable realizaron una auténtica corrección del modelo cervantino (un «loco entreverado» con intervalos lúcidos, don Quijote, que recorre España queriendo imponer por la fuerza su propia justicia, atacando frailes y liberando galeotes; y un tonto-listo, Sancho Panza, dispuesto a cambiar de clase social y a ser gobernador o conde). Para neutralizar a estos personajes, socialmente transgresores, Avellaneda los llevó al sitio que la sociedad aristocrática estamental reservaba para ellos: el loco debe estar recluido en el manicomio donde sus actos y sus palabras no constituyan ningún peligro, y así ingresaron a don Quijote en el hospital de locos más famoso de la época, el Nuncio de Toledo; el tonto-listo debe ir a la corte, pero no como conde u obispo o gobernador, sino como bufón eutrapélico para entretener a «los caballeros de buen gusto» en sus diversiones palatinas, como los bufones de los cuadros de Velázquez. Pero Cervantes no les permitió a sus enemigos literarios la adulteración de sus personajes y, en su Segunda parte, reincidió en su modelo transgresor: su don Quijote nunca irá al manicomio, sino que, una vez cumplida su misión, recuperará la razón y morirá pacíficamente en su cama.
ARGUMENTO SEGUNDA PARTE
La acción de la Segunda parte del Quijote comienza cronológicamente un mes después de la segunda vuelta de don Quijote a su casa. Hasta el capítulo7 sólo hay diálogo: de don Quijote con el cura y el barbero, de don Quijote con Sancho, de este con su mujer. Aparece un nuevo personaje que cobrará gran importancia en la acción, el bachiller Sansón Carrasco, el trastulo (bufón) de las escuelas salmantinas, un personaje carnavalesco y burlón, como lo son los chatos y carirredondos, dice Cervantes.
De manera general podemos decir que todo el argumento de esta Segunda parte se resume en la tercera salida de don Quijote y Sancho. Sansón Carrasco, para curar a don Quijote de su locura, le anima a que haga una tercera salida, con el fin de derrotarlo y obligarle, bajo juramento de caballero, a quedarse definitivamente en su casa y a no salir más por esos mundos. En el capítulo 5 hay un sabroso coloquio entre Sancho y su esposa en el que este trata de convencerla de las ventajas de ser escudero de un caballero andante. Después caballero y escudero salen de nuevo en busca de aventuras.
Antes de empezarlas don Quijote desea ver a Dulcinea y se encamina a El Toboso (cap.9), pero Sancho inventa un encantamiento haciendo creer a don Quijote que Dulcinea es una labradora a quien encuentran en el camino montada en una borriquilla (cap. 10). Don Quijote está abrumado por la transformación de su dama, verdaderamente poco agraciada pero ágil como un alcotán, y agobia a Sancho preguntándole si está seguro de que la labradora es la misma que él ha visto en El Toboso en la Primera parte de la obra. Sancho, pillado en su mentira, no se atreve a acabar de mentir del todo y termina reconociendo a don Quijote que él sólo la había visto «de oídas». Luego acontece el encuentro con el caballero de los espejos y el escudero de las narices (caps. 12-15). El primero no es otro que Sansón Carrasco que, siguiendo su plan, va tras don Quijote para derrotarlo; el escudero es el también paisano Tomé Cecial, que va disfrazado con unas narices de carnaval desmesuradas que tienen aterrorizado a Sancho. Se enfrentan, pero Sansón es derrotado, con lo que su plan se va al garete y don Quijote queda reforzado en su designio de seguir haciendo caballerías andantescas. Después acontece la aventura con los leones y el encuentro con el Caballero del verde gabán, que les invita cortésmente a su casa, donde les agasaja. Este se llama don Diego de Miranda, y es un hidalgo de pueblo que lleva una vida moderada, semejante a como sería la de Alonso Quijano el Bueno si su mente no estuviera sacudida por la quimera caballeresca. No parece que don Quijote esté de acuerdo con esa vida pacífica de don Diego, que además tiene un hijo poeta, el cual lee sus versos a un estusiasmado don Quijote que no cesa de alabarlos. Más tarde asisten a las bodas del rico Camacho (caps. 20-21), un breve episodio intercalado que ya no tiene el carácter de los de la primera parte. Los nuevos episodios están más entretejidos con el hilo principal de la historia, de tal manera que no se perciben como ajenos. Es un fragmento semipastoril que plantea otro «caso de amor». El rico Camacho va a casarse con Quiteria, pero esta ama al pobre Basilio y es amada por él. Basilio finge su suicidio y pide antes de morir como última voluntad que le casen con Quiteria. Camacho no está de acuerdo, pero no se atreve a contradecir la opinión de los asistentes, compadecidos del falso moribundo. Una vez casados, descubren el engaño y los burlados quieren vengarse del burlador, pero don Quijote lo defiende y defiende los derechos del amor verdadero con razones convincentes para todos menos para Sancho, que ve algunas ventajas en que la muchacha se case con Camacho y así participe de sus riquezas y de la buena mesa de la boda, a la que él rinde entusiasmado tributo.
Continúan las aventuras del caballero con el descenso a la cueva de Montesinos (cap. 22), que está muy cercana a las Lagunas de Ruidera, donde don Quijote se ratifica, mediante una revelación soñada de Merlín, en el encantamiento de Dulcinea, lo cual le mantiene en permanente angustia hasta el final del libro. Luego sucede la aventura del rebuzno y el encuentro en una venta con maese Pedro y su retablo. Este no es otro que el bellaco Ginesillo de Pasamonte de la Primera parte, que recorre la Mancha de Aragón disfrazado de gitano con un parche en un ojo. Lleva un mono adivino al hombro y representa en un retablo de títeres el romance de Gaiferos y Melisendra. Cuando los
moros están a punto de capturar a los fugados amantes en la representación, don Quijote arremete con su espada y hace trizas el teatrillo de Ginés. Estamos en el capítulo 28.
En el siguiente, la acción da un salto de lugar, desde La Mancha de Aragón al río Ebro. El plan trazado al final de la Primera parte, la asistencia a las justas de Zaragoza, se debe cumplir. Después de la aventura del barco encantado del Ebro, la ilustre pareja se encuentra con una no menos ilustre duquesa que viene en hábito de cazadora.
Comienza ahora un extenso episodio que va desde el capítulo 30 al 57, el episodio de los duques. El ambiente rural en el que hasta entonces se ha desarrollado la vida de los héroes llega por primera vez a una auténtica corte palatina, aunque todo sea un fingimiento de los duques que toman a don Quijote y Sancho como bufones para entretenerse. Son los duques nobles eutrapélicos, propios de su época. Se consideraba correcto que los «caballeros de buen gusto» utilizaran a locos no furiosos, bobos, enanos (véanse Las Meninas, de Velázquez), deficientes y bufones para el entretenimiento de la corte. Por mucho que repugne a la sensibilidad actual, no cabe negar la gracia de un loco
para el entretenimiento. Un mayordomo se encargará de organizar las diversiones de los duques y fingirán la aventura de la condesa Trifaldi o de la dueña Dolorida, el vuelo de Clavileño, la profecía del mago Merlín, que crea un tema que reaparecerá continuamente hasta el final: Dulcinea está encantada y para desencantarla Merlín propone la única solución de que Sancho debe recibir tres mil trescientos azotes. Este está abrumado, pero todos, sobre todo don Quijote, le apremian y, después de muchas protestas, consigue la prerrogativa de que se los dará él mismo, aunque el socarrón, cuando por fin decide dárselos cobrándolos a buen precio, se los dará en las cortezas de los árboles.
Por primera vez van a separarse don Quijote y Sancho, porque este va a ser nombrado gobernador de la ínsula anhelada: la ínsula Barataria. El libro se convierte en un auténtico Carnaval: Sancho es recibido en la Ínsula con grandes muestras de entusiasmo, aunque sus súbditos están asombrados de la pequeñez y la gordura del nuevo gobernador. El gobierno tiene también sus sinsabores porque un medico infernal, licenciado por Osuna, don Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera, vela por la salud del gobernador y no le deja probar ningún plato en medio de retahílas de aforismos médicos en latín macarrónico. Sancho actúa con prudencia repartiendo justicia entre sus súbditos con mucho sentido común, pero las burlas a que le someten le convencen de su falta de idoneidad para el gobierno, de tal manera que lo abandona, pero, al ir a reunirse con don Quijote, él y su jumento se precipitan en una fosa. Es una alegoría de las caídas de príncipes y de la rueda de la Fortuna. Mientras tanto don Quijote recibe de noche en su aposento la visita de una dama. Él la confunde con la hija del señor del castillo que viene a disfrutar de los encantos del caballero y no sabe cómo salir del apuro, porque tampoco está muy seguro de la idoneidad de su ropa interior para una aventura amorosa; pero resulta ser una atribulada dueña de venerables tocas, doña Rodríguez, que es tan simple que cree que de verdad don Quijote es un «desfacedor de agravios» y viene a que le desfaga uno a ella: su hija, la joven Rodríguez, ha sido seducida y abandonada y está en un avanzado estado de preñez. El ofensor no quiere casarse con ella. Es el momento en que don Quijote ayude a una menesterosa. Se produce el desafío, pero los duques hacen que, en lugar del ofensor, que se ha fugado, luche contra don Quijote el lacayo Tosilos y que este lo venza. Pero el simpático Tosilos ve a la joven y preñada Rodríguez y se enamora de ella, con lo que se deja derrotar por don Quijote para que lo casen con
la muchacha. Después conoceremos que los duques se han vengado de Tosilos por no obedecerlos y le han degradado de lacayo a cartero.
Los acontecimientos históricos de la España contemporánea son reflejados por Cervantes en esta Segunda parte con mayor profusión que en la primera, como sucede con la expulsión de los moriscos, que se produjo mediante sendos decretos reales de 1609 y de 1613. Así, Sancho se encuentra con el tendero de su pueblo, Ricote el morisco (cap. 54), que está vestido de peregrino acompañado de unos alemanotes; ha tenido que salir del país por la expulsión y ha ido a Alemania, pero ahora ha regresado para volverse a ir con su familia y con un tesoro que ha dejado escondido. Su salvoconducto para caminar por España son unos huesos de jamón y una enorme bota de vino, prueba de su no pertenencia a la raza maldita. La actitud de Cervantes ante el problema no parece ser la oficial, porque hace decir a Ricote: «Dondequiera que estamos, lloramos por España». Se expresa una solidaridad con el pueblo expulso, ya que Cervantes destaca sólo los aspectos humanos del desarraigo. La historia se reanudará, mas tarde en Barcelona, donde aparece la hija de Ricote, la bella morisca Ana Félix, y un joven cristiano de su pueblo, don Gaspar Gregorio que, enamorado de la joven, ha preferido salir con ella al exilio superando las barreras étnicas y religiosas, aunque Ana Félix, al contrario que su padre Ricote, se había vuelto previamente cristiana. Reunidos de nuevo caballero y escudero deciden abandonar a los duques no sin recibir antes don Quijote la visita de Altisidora que finge estar enamorada de él. Cervantes no permite que se queden en la corte palatina de los duques como bufones eutrapélicos y les da la libertad: Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo:
_ La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres _ (II. 58).
Se ponen en camino y les ocurre después un encuentro con unos toros, que atropellan a don Quijote (cap. 58). Llegan a una venta donde el caballero se entera de que existe impresa una segunda parte sobre un falso don Quijote (cap. 59). Para desmentir al autor apócrifo y dejarlo por embustero, don Quijote decide no ir a Zaragoza y se encaminan a Barcelona. Cervantes incorporará más adelante a su novela al personaje de don Álvaro Tarfe, creación del Quijote de Avellaneda.
En el capítulo siguiente se encuentran con un auténtico héroe, ante el cual la figura de don Quijote palidece, el catalán Roque Guinart (Rocaguinarda), un personaje histórico, un bandolero que por entonces asolaba Cataluña. Se intercala aquí el episodio de Claudia Jerónima y Vicente, otro «caso de amor», en el que la protagonista mata por celos infundados a su amado. Don Quijote llega a Barcelona con un salvoconducto de Rocaguinarda y allí es acogido por don Antonio Moreno, que le muestra la cabeza encantada (caps. 61-62). Visitan la que se ha identificado como imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas donde se está imprimiendo el falso Quijote de Avellaneda, y asiste en la playa de Barcelona a la captura de un bergantín pirata. Es el momento en el que se reanuda la historia de la morisca Ana Félix.
En el capítulo 64 es vencido don Quijote en la playa de Barcelona, por Sansón Carrasco, ahora disfrazado bajo el nombre de El Caballero de la Blanca Luna, el cual le obliga a volver a su aldea y a renunciar durante un año a sus veleidades caballerescas. Pero Sansón no logra que don Quijote reconozca que Dulcinea no es la mujer mas hermosa de la tierra. Ella es la más hermosa y él el caballero más desdichado por no haber sabido defender, con la fuerza de su brazo, su verdad. Apenado, deprimido y desnudo de sus armas, emprende el regreso a su tierra y piensa entonces en hacerse pastor (cap. 67): son los dos ideales del Renacimiento fracasados, la caballería andante y el mundo feliz de la Arcadia. Pasa de nuevo por el palacio de los duques donde le siguen haciendo burlas, a costa de Sancho y de sus azotes. Antes de llegar a su pueblo, siente tristes presagios. Se siente enfermo y agotado, al borde de la muerte. Pero antes de morir, recupera la razón, se convierte en Alonso Quijano el Bueno, hace su testamento y muere.
PERSONAJES
Don Quijote
Es el protagonista de la novela y constituye un consagrado mito de la literatura universal, y el más universal y profundo de la literatura española. Cervantes lo concibe, en su aspecto más externo, como herramienta para ridiculizar los libros de caballerías, cuyo género, ya superado en la época en que vivió el gran novelista español, provocaba particulares prevenciones estéticas en el autor, que veía tales obras como disparatadas, inverosímiles y escritas con un estilo falso e innecesariamente ampuloso.
Esta posición didáctica justifica la actitud cruel y burlesca adoptada por el autor, imponiéndose el personaje de tal modo a su función parodíca que se lleva de la mano a su propio creador haciéndole enorgullecerse de haberle dado vida y no perdonando en la segunda parte a Avellaneda por haberle querido usurpar su paternidad. Al representar en su locura al viejo héroe de aventuras caballerescas que fracasa fuera de su ambiente y de su mundo, el profundo humorismo cervantino resuelve la situación con un auténtico sentimiento trágico que palpita imperiosamente bajo la vestidura cómica de la novela. Don Quijote es el prototipo del hombre bueno y noble que quiere imponer su ideal por encima de las convenciones sociales y de las bajezas de la vida cotidiana, actuando a modo de redentor humano de una prosaica realidad que todos los días le hiere y ofende, erigiéndose campeón de las más puras esencias del amor, el honor y la justicia.
Su mismo peregrinar por los polvorientos caminos de la tierra manchega, entre mesoneros, arrieros y esbirros, en lucha con la realidad dura y mezquina, contribuye a su profunda simpatía humana, aun con sus equívocos y extravagancias. Alonso Quijano, convertido por sus sueños en don Quijote de la Mancha, es ante todo un hombre de carne y hueso, y así, y precisamente en virtud de su misma humanidad, penetra en el mundo de lo universal y de lo simbólico. Era un hidalgo campesino <
>.
Su historia empieza en la edad crítica de los cincuenta años, cuando, como decía un humorista contemporáneo, los hombres se enamoran de las sirenas. Tenía recia complexión, <>. Un leve recuerdo de afecto juvenil le hace acordarse de una muchacha de El Toboso, a la que automáticamente convierte en su Dulcinea, o dama de sus pensamientos. Sus rasgos físicos y su alucinada "triste figura", cargado con las viejas armas que porta en sus huesudos miembros, le rodean de un aura de heroísmo que se sobrepone irremediablamente a la caricatura.
Es una interpretación irónica del mundo caballeresco que Cervantes conoció y amó. Existieron casos reales de locura que pudieron sugerir, exteriormente, la idea del gran protagonista de la novela. Se ha pensado en varios personajes apellidados Quijada, como por ejemplo don Luis Quijada, secretario de Carlos V y preceptor de don Juan de Austria, que tenía unos rasgos curiosamente coincidentes con los quijotescos, o un pariente de la esposa de Cervantes que llevaba aquel apellido; Zapata, en su Miscelánea, refiere el caso de un caballero que enloqueció y que quiso imitar las aventuras de Orlando, como ocurre en el Quijote de Avellaneda, y cuya demencia se explica como una tara hereditaria.
Don Quijote, en su primera salida, va solo contra el mundo, aunque posteriormente su necesidad de una figura que a la vez le sirva de contraste y le preste su hermandad se cubrirá con Sancho Panza, que a partir del capítulo VII será representante del buen sentido, el reclamo a las cosas de la tierra, y que si alguna vez frena la fantasía de su errante señor, otras la deja más profundamente abandonada a su primera e infantil humanidad. Desde entonces, Don Quijote y Sancho permanecen unidos y opuestos, hermanos pero a la vez jerárquicamente distintos, dentro de los cánones de la variedad y el claroscuro barrocos.
Esta unión provoca una doble corriente de mutuas influencias que perfecciona y humaniza la unión de las figuras extremas que mejor han encarnado el idealismo más desenfrenadamente puro y la realidad más simpáticamente limitada y doméstica. Don Quijote irradia esplendores de su grandeza, en contraste con la técnica del humorismo, desde su primera salida solitaria por los campos de la Mancha, durante el duro mes de julio, presentándonos las imágenes de su investidura de caballero en la venta, entre arrieros y mozas del partido, y de las brutales palizas que sufre de parte de maldicientes y arrogantes, montado en su seco y estilizado Rocinante.
He aquí a don Quijote, hermano nuestro y símbolo de amor y de justicia que se enfrenta contra los eternos castillos españoles que son los molinos de viento, consolidando uno de los mitos literarios más arraigados. Estas imágenes contrastan después con su espíritu doctrinal, cuando habla a los cabreros o cuando proyecta su sombra de místico ante la mesa de una venta, entre soldados, nobles y artesanos, exponiendo, en el discurso de las armas y de las letras, la teoría de las dos Españas del siglo XVI, las dos posiciones del tiempo de Carlos V: la heredada de don Juan de Austria, el héroe de Lepanto, y la de la burocracia escolástica y teológica del enlutado Felipe II
En la oscuridad de la noche se destaca su figura, entre las antorchas de la aventura del muerto, sugerida quizá por el traslado a Castilla del cadáver de San Juan de la Cruz. Así se aproxima la divina locura del poeta mayor y más iluminado de los místicos españoles con la locura humana del más justiciero y casto enamorado de los caballeros. Su figura oscila entre el dolor de los palos de los arrieros y de los segovianos, las befas de los duques superficiales y la victoria sobre el Caballero de los Espejos, en los campos más verdes y floridos o en la doble luz de ficción y novela de las figuras de retablo de maese Pedro.
Además, dejará la doliente grupa de su buen caballo de carne para montar a Clavileño, el cual le transporta en su fantasía, por encima de las nubes y de las estrellas, como un nuevo Pegaso del soñador de las más bellas ilusiones, al igual que también penetra en las entrañas de la tierra para descubrir los alocados secretos de la novela de la cueva de Montesinos, juntamente con la obsesión por el encanto de Dulcinea. Precisamente porque es un hombre concreto, tanto en sus acciones magistrales como en sus aspectos grotescos, don Quijote puede elevarse a la categoría de símbolo y de mito literario.
Los aspectos personales de don Quijote aparecen, en función de la novela en que se hallan, de maneras distintas en sus dos partes. En la primera, se combinan los episodios que de un modo directo se refieren a las dos figuras centrales y que en gran parte son los más famosos, como mito literario, de toda la obra -molinos de viento, rebaños de ovejas, aventura del muerto, conquista del yelmo de Mambrino, liberación de los galeotes, acontecimientos diversos en la venta, etc.-, y luego una gran variedad de temas que se insertan de forma ya indirecta y completamente lateral y extraña.
Esos episodios no son sino un resumen de todos los géneros novelescos que estaban de moda: el pastoril, el amoroso a la manera italiana, el morisco, la "novela ejemplar", etc. En la segunda parte, será el mismo Cervantes quien nos dice que el lector, indudablemente con penetrante intuición, preferiría las hazañas y las conversaciones de don Quijote y de su escudero a los demás asuntos, apenas relacionados con ellos, como la intervención de los protagonistas, por ejemplo, en las bodas de Camacho, donde se cae de lleno en la misma línea de la acción.
Una vez alcanzada la cumbre de la madurez, el novelista disfruta presentando a don Quijote tanto en episodios triunfales, como en la victoria sobre Sansón Carrasco bajo la apariencia de Caballero de los Espejos, o en la aventura del carro de los leones, como en la suave intimidad de la casa del Caballero del Verde Gabán, o al recoger la rebelión del personaje ante su falso autor Avellaneda. Podemos observar cómo, hacia el final de la novela, va triunfando el "quijotismo", en la manera de ser de Sancho y en toda la inmensa red de aventuras del capítulo de los duques, donde el mundo caballeresco se impone en la vida y en los sentimientos, con la simulación de la burla, con lo que se constituye una formidable puesta en escena de toda una sociedad que entra en aventuras y puebla campos, castillos y aldeas; de ínsulas, cabalgatas y seres fantásticos y grotescos.
Además, en toda la segunda parte en general se observa una evolución hacia la cordura de don Quijote desviada por la propia fantasmagoría construida a propósito en los episodios de los duques. Vencido el protagonista en Barcelona, la novela termina con el dolor de la peor derrota que sufre el caballero errante y su angustioso regreso a su aldea, recobrando la razón en su lecho de muerte.
Entre la primera y segunda partes que realmente escribió Cervantes apareció el segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote... del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda. Cervantes se disgustó mucho con la usurpación y con el tono de desdén empleado por Avellaneda en sus observaciones, y, en el prólogo de su segunda parte y en los capítulos finales, satirizó muy duramente al autor apócrifo que se ocultaba bajo un seudónimo.
El Quijote de Avellaneda no deja de ser una vulgar falsificación de la concepción fundamental de la novela, convirtiendo a don Quijote en un carácter brutal y monomaníaco, carente de flexibilidad y gracia. Sus contemporáneos sólo comprendieron a don Quijote en su aspecto más superficial y cómico, si bien el Romanticismo, especialmente el alemán, valorizó el tipo de don Quijote interpretándolo como un carácter humanamente melancólico y de profundo contenido filosófico.
Sancho Panza
Figura fundamental que complementa la del protagonista, con la que constituye el máximo y natural contraste, en la más poderosa técnica de paralelismo. Sancho, escudero del loco caballero andante, es un pueblerino lleno de fe y también de astucia, de materialismo y de bondad, de ambición ingenua y de sentido común. Su personaje nace necesariamente para contener y refutar la fantasía desviada de su señor.
En la primera salida, en la que don Quijote va solo, nos damos cuenta de que a su lado falta una figura que le relacione con la verdadera realidad de las cosas y le ofrezca su simpática compañía. Es necesario el escudero, que, a partir de la segunda salida, acompañará en todo momento a don Quijote. En adelante, Sancho se halla en un constante "devenir" con respecto a su figura física, como si el pensamiento cervantino aún no la tuviera precisada.
Así, en el episodio del vizcaíno, le llama "Sancho Zancas", o piernas largas, mostrándolo muy diferente del tipo que más adelante se perfilará, esto es, de aquella "personilla" baja y barriguda que fue captada por los pintores y grabadores modernos, y que verdaderamente corresponde mejor a su restringido campo psicológico y a sus reacciones vitales. Del mismo modo, existe indecisión en cuanto a los nombres que se dan a su esposa, entre los cuales se impone el de Teresa Panza en la segunda parte de la obra.
Sancho Panza ha venido a convertirse en el signo del materialismo, en contraste con el idealismo de don Quijote, aunque, al igual que el caballero, conviene advertir que se trata de un carácter humano y no abstracto, y por lo tanto dotado de una gama de matices concretos que no pueden encerrarse en la mecánica de un arquetipo. Contra los típicos personajes de la novela picaresca, aquí se nos describe a un Sancho, hombre del pueblo, infantil y egoísta, pero a la vez leal, y, a pesar de su especial escepticismo, confiado en los sueños de su señor.
En su perfecta realización humana, Sancho cumple una función trascendental. Observando por ejemplo el episodio ejemplar de los molinos de viento, nos podemos dar cuenta de que Sancho capta la apariencia y la impresión de las cosas mientras su buen sentido le lleva a no separar la apariencia del fundamento real, aunque luego siempre creerá en la promesa de la ínsula. Cuando para diversión de los duques le vemos transformado en gobernador de Barataria, a lo largo de algunos sabrosos capítulos él es el auténtico protagonista de la novela, hasta el punto que dura ese episodio.
Así, es lógico que en muchas ocasiones se haya interpretado a Sancho como una transposición de don Quijote a un tono distinto. Ambos, el intelectual señor y el empírico escudero, pierden al soplo de una ilusión el equilibrio de su vivir y de su penar. La ínsula es para Sancho lo que Dulcinea es para don Quijote. En la compleja concepción cervantina, todo el mundo de la época se reagrupa en torno a las dos figuras del libro.
En la España caballeresca de los siglos XVI y XVII, existían dos tipos de hombres que se lanzaban al inmenso campo de batalla de la colonización de Europa y América: los españoles que combatían por una idea y los que simplemente buscaban un modo de lucro o de mando. Sancho, al encarnar esta segunda forma de ambición, nos brinda la lección de la inutilidad de su gobierno en Barataria, precisamente por las excelentes pruebas de capacidad política y de buen sentido que nos da y que se quiebran ante el desdén de la camarilla del duque, que no llega a comprender el auténtico fervor del pueblo ante las primitivas e ingeniosas sentencias del pacífico Sancho, merecedoras en algunos casos de la calificación de salomónicas.
Ante esto, el lector sin perjuicios se pone a favor de los ideales de don Quijote, aunque reconoce también la noble actitud de Sancho como gobernador. Uno de los tópicos más frecuentes al definir las figuras cervantinas es el de considerar al escudero como un cobarde. Sin embargo, lo viril de sus acciones queda patente en su pelea con el cabrero, en el episodio del loco Cardenio en Sierra Morena, y en algún otro pasaje. No se puede negar, por otra parte, que Sancho no comprende el afán de la lucha por la lucha que mueve a su señor, ni las cosas de caballerías. Como auténtico hombre del pueblo, sentirá mucho temor ante todo lo sobrenatural. Sancho encarna rudamente la virtud de la prudencia, pero no la tara de la cobardía.
El afecto y lealtad de Sancho por don Quijote se manifiestan en momentos como aquel de la segunda parte en que hablando con el escudero del Caballero de los Espejos dice: <>. Tampoco hay que olvidar, por otro lado, que en la concepción cervantina, siempre cargada de humorismo, Sancho desempeña un papel muy semejante al del típico gracioso de la obra, dentro del fundamento humano de la novela.
De hecho muchos de los rasgos caricaturescos que han contribuido a que se le tachara de "villanía" vienen por el contraste cómico, como son el miedo de Sancho ante los batanes, episodio en el cual se unen el misterio y el más grotesco realismo. También es una caricatura don Quijote, cuyos deseos idealistas le exaltan hasta la estilizada cumbre de los sueños señoriales del espíritu, a menudo más allá incluso de las propias intenciones del propio autor. Pero no hay que temer que se mecanice en las maneras de los graciosos de las comedias.
Tanto Sancho Panza como su amo, no vienen a darnos una lección de estética o de moral, ni a seguir las imposiciones de una moda. Existen porque su humanidad llena de desigualdades, sus expresivas salidas y la gracia de sus intervenciones en la acción viven su vida dentro del más sencillo y mejor modelo de arte. También hay que señalar la riqueza del lenguaje popular de Sancho, especialmente en sus proverbios, ensartándolos con suma gracia ante la irritación que su modo de hablar provoca en don Quijote. Ésto, junto a aquella intuición popular de profunda visión del mundo tan adecuada a un hombre sin letras, es el lado más encantador de su tipo y del libro.
Pero también puede añadirse que el humano sentimiento de Sancho al darse cuenta de que don Quijote, tras recobrar la cordura, se aproxima a la muerte, se manifiesta precisamente en la insistencia con que entonces vuelve a recordar a su amo sus sueños caballerescos, siendo por ello falsa la actitud de Sancho ante la muerte de don Quijote, como es falsa su actitud triste en todo el drama de Dulcinea.
En tiempo de Cervantes, tampoco lo comprendió Avellaneda, que sólo supo ver en Sancho un aspecto brutal, contra el cual el Sancho auténtico reaccionó en la segunda parte cervantina
Sansón Carrasco
Es uno de los personajes secundarios más importantes del Quijote. El bachiller Sansón Carrasco es un hombre amable y alegre que estudia a Aristóteles y que está lleno de fe en la infalibilidad de sus sistemas de lógica y de estética. Es tan robusto de alma y de cuerpo como el héroe cuyo nombre lleva y es un sincero amigo de Alonso Quijano el Bueno. Siendo incapaz de comprender la sublimidad de una creación poética como es la vida espiritual del Caballero de la Triste Figura, Sansón Carrasco vive, como los demás, en la tragedia de la incomprensión.
Y la vive con tanta mayor gravedad cuanto que él es el único que se para a razonar según un preciso sistema de antemano determinado. Además, su incomprensión le hace considerar que la creación poética es una locura, y por eso, lógicamente, será el más implacable enemigo de don Quijote. Sansón Carrasco es presentado en el umbral de la segunda parte de la obra. De regreso a su lugar, el mismo del que no se quería acordar don Quijote, lleva a él el eco del estrepitoso éxito que la Historia de don Quijote ha logrado en el mundo.
En un memorable diálogo con el protagonista, expone todas las críticas más o menos sinceras que acompañan el triunfo del libro. Con pocas palabras, serias, sensatas, aunque con algunos toques de burla, él mismo condena todas las habladurías. Pero a la vez adopta también la postura de crítico, de uno de esos críticos cultos e inteligentes a quienes falta lo esencial para apreciar una obra de arte, es decir, la capacidad de poder verla como tal y de considerar la crítica como un acto en el cual se revive la pasión del autor.
A Sansón Carrasco le falta el amor hacia el personaje, aunque si alguien se lo dijera seguro que se sorprendería y molestaría, pues él ama profundamente a Alonso Quijano y cree amar a don Quijote, y precisamente porque le ama es por lo que quiere curarle de su locura. En realidad, es rasgo común de los amigos y parientes que cuando se dan cuenta de que don Quijote es, más que nunca, víctima de su idea fija, se ponen a inventar una manera de hacerle recobrar la cordura.
El bachiller se decide a animar al caballero a reemprender su vida de aventuras y luego él se disfraza de guerrero, el Caballero de los Espejos, con la intención de desafiarle y vencerle, obligándole después a renunciar a las empresas caballerescas. Don Quijote posee un tan alto sentido del honor que de seguro no faltaría a su juramento. Pero la primera tentativa de Carrasco está a punto de acabar trágicamente, pues su caballo contribuye a que sea derribado con toda su brillante armadura. Don Quijote no tarda en arrojársele encima y sólo por milagro la cosa se resuelve sin derramamiento de sangre.
La segunda tentativa es un triunfo para el caballero de la Blanca Luna, último disfraz de Sansón. El héroe manchego es vencido, prestando el juramento que se le impone y regresando completamente aniquilado a su tierra. Lo que para Sansón y los razonadores había sido únicamente una carnavalada era en realidad una tragedia. La derrota es para don Quijote como la muerte de Dulcinea y de todo un mundo. Alonso Quijano desaparecerá poco después, una vez cumplida su misión.
En vista del sistema ideológico del poema cervantino, Sansón Carrasco aparece como lo racional en enfrentamiento directo contra lo irracional, el sistema de la lógica contra la encarnación del sentimiento puro. La lucha es fatal porque la realidad de don Quijote es para el aristotélico bachiller la negación de la realidad. La razón que ignora el sentimiento prevalece contra el sentimiento que prescinde de la razón, aunque mientras su espíritu esté libre, don Quijote no puede caer. La realidad verdadera es la que él mismo se ha creado. Pero en el preciso instante en que el espíritu cae prisionero, don Quijote muere, pues el vivía de la libertad y de la autodeterminación.
La victoria de Sansón Carrasco es la mayor derrota, ya que representa la negación de los valores máximos del espíritu. El bachiller es un fracasado tanto como crítico de la obra de arte como personaje. Vive ignorando el amor en su verdadera entidad y, por lo mismo, desconoce la poesía pura.
Dulcinea
Nombre literario de la dama de los pensamientos de don Quijote en la inmortal novela. Actualmente es el símbolo o mito literario de la mujer ideal tal como el poeta o el enamorado, aunque sea partiendo de un ser real-tal vez el más prosaico y cotidiano-la configura en sus sueños. La inefable validez poética del concepto de Dulcinea reside en el hecho de que el propio Cervantes deje su figura en una misteriosa penumbra respecto a su auténtica realidad.
Cuando don Quijote se decide a salir de su aldea y emprender las aventuras propias de un caballero errante, al reflexionar sobre la necesidad de una dama ideal, <>, quiere, como Amadís de Gaula respecto a Oriana, elegir a una señora a cuyos pies pueda poner los triunfos y trofeos de sus victorias, y a tal efecto piensa <>.
Se llamaba Aldonza Lorenzo, pero el caballero trocó su nombre por el poético de Dulcinea, apellidándola "del Toboso" por ser éste su lugar. Pero a través de la obra veremos cómo la Dulcinea de sus sueños era sobre todo un "ser ideal". Aunque se citen los nombres de sus padres, Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, grotescos de la aldea, a la "sayagüesa", don Quijote, al terminar sus alambicadas alabanzas, dice a Sancho Panza: <>; y en la segunda parte de la novela dice significativamente a la duquesa: <>.
Su amor, afirma, ha sido puramente platónico <>. A su vez Sancho, que dice conocerla, la transforma según los rasgos domésticos y triviales de su propio carácter: recia y de gruesa voz, con la cabeza en su sitio y bien hecha, nada melindrosa y dispuesta a reír de todo y de tomarlo todo a chanza.
Cuando Sancho finge a su señor haber llevado una carta a Dulcinea, el novelista intuye el doble plano de las dos realidades de ese personaje, según sea imaginado por el caballero o por el escudero, ya que en realidad ninguno de los dos había visto la escena que comenta; pues tampoco Sancho había ido aquella vez al Toboso. Don Quijote imagina a su dama ensartando perlas o bordando en oro; Sancho inventa haberla visto <>.
Para don Quijote los granos de trigo, al ser tocados por su mano, se convertían en perlas, y cuando Sancho afirma que exhalaba un olor algo hombruno, Don Quijote le responde profundamente: <>. La visita al Toboso, de noche en busca de la casa de Dulcinea, tiene el mismo hechizo de la doble verdad, y cuando, a la mañana siguiente, Sancho, como auténtico pícaro, finge ante dos vulgares campesinas el encantamiento de Dulcinea, el episodio se enriquece con un nuevo aspecto de humorismo y dolor.
Dulcinea es, pues, a través de todo el libro -y sólo se disuelve en la niebla del desengaño ante el umbral de la muerte- el símbolo de la gloria a que debe sacrificarse un caballero errante, y una creencia firme como la fe. Lo importante es -viene a decir don Quijote a los mercaderes toledanos- que sin verla debéis creer, confesar, asegurar, jurar y confirmar; pero al mismo tiempo es también la mujer de carne y hueso de la que el viejo don Quijote se enamoró. Unamuno vio profundamente que todo el heroísmo de don Quijote nace de ese amor a una mujer. Don Quijote se dijo siembre enamorado de la especie <>, y si perpetuó en su amada en <> <>.
A través de la obsesión del desencanto de Dulcinea nacen las dos figuras: la ideal o perfecta y la dolorosamente encantada, como símbolo del choque entre la perfección soñada y la dura realidad. Es sumamente significativo que en un sueño caballeresco, narrado junto a la Gruta de Montesinos, don Quijote mezcle junto a fantasías medievales, el tema de su pobreza de hidalgo miserable y el tema de la villana Dulcinea encantada. Ricardo Rojas observa que, del mismo modo que en varios cuadros de Velázquez junto al tema central aparece otro reflejado en un espejo, también en la novela <>.
En Dulcinea, más "esencial" que Melibea, Julieta o Margarita, precisamente por la misma imprecisión de sus contornos literarios, Cervantes intuyó la más bella entelequia de mujer ideal. Las interpretaciones esotéricas del Quijote en el siglo XIX lograron hallar en ella las más insólitas significaciones. El simbolismo filosófico creyó ver en Dulcinea <>, y en otras interpretaciones sectarias se quiso hacer de ella la sátira del culto a la Virgen o aun de todas las verdades de la fe católica, según una postura hoy completamente abandonada.
Nuestro siglo tiende a rebajar el nivel real de Dulcinea, llegando incluso a confundirlo con el tipo de Maritornes, aparte de su fealdad, como en la película, por lo demás notable, en que don Quijote fue representado por el famoso bajo Chaliapine; concepción ésta, arbitraria y vulgar, ni más ni menos que la "vivificación del Quijote" en el contemporáneo drama efectista Dulcinea de Gaston Baty, sobre el que se ha filmado una película española interpretada por Ana Mariscal. La misma imprecisión que constituye el secreto de la Dulcinea de Cervantes condenó fatalmente al fracaso las imitaciones que pretenden definir con líneas, palabras o imágenes un mito inefable que sólo se puede vislumbrar en las palabras a veces paradójicas del propio Don Quijote
Rui Pérez
Es el protagonista de la novela de El Capitán Cautivo. Cervantes elabora este personaje desde tres aspectos muy ligados a su persona: el familiar, el social y el geográfico. Pertenece a una modesta nobleza campesina situada en las montañas de León, representando así la honradez castellana. Las interpretaciones del origen de este militar cautivo son variadas y van desde su identificación con el propio Cervantes, hasta las teorías que lo suponen sacado de modelos reales que compartieron el cautiverio con el autor, concretamente de un soldado llamado Alonso López.
El refrán <> dice mucho de la decisión que toma el personaje lanzándose a la milicia. Posteriormente elegirá la lucha contra el turco, lo que refleja sus nobles intenciones, pues es un acto personal y voluntario que no es provocado por las circunstancias. Cae prisionero en la batalla de Lepanto y, a partir de aquí, gracias a la experiencia de su cautividad, Cervantes nos ofrece un testimonio irrefutable de todos los errores que se cometieron al juzgar la pérdida de la Goleta y el Fuerte de Túnez en 1574.
El capitán, con su postura, demuestra ser justo, inteligente y honrado, sabiendo dar la correcta medida entre las razones de despacho que anulan las decisiones de un guerrero y la patriotera opinión del vulgo, que ve la guerra sólo como símbolo de valentía, sin tener en cuenta su trasfondo político y militar.
La pasividad del personaje ante la posibilidad de ejecutar un plan de fuga se explica por su subordinación a los azares adversos y a las voluntades más poderosas de otras personas quizás menos nobles que él, lo cual dice mucho también de sus particularidades como individuo dueño de sus propias reacciones y decisiones.
Zara
Este personaje participa en la historia del capitán cautivo. Si algo hay que destacar de la hija de Agi Morato es, sobre todo, su ya comprobada creación en base al modelo real de una joven mora que verdaderamente existió y que vivió durante algún tiempo cerca del "baño" donde Cervantes sufrió su cautiverio. Esto implica una relativa exactitud histórica que es rasgo común de las creaciones cervantinas.
Zara es de ascendencia cristiana tanto por la rama paterna como por la materna. Está comprometida con el futuro sultán de Marruecos, Muley Maluco, el cual, una vez que están casados, debe ausentarse por razones políticas. Dos años después de su muerte en la batalla de Alcazarquivir, la mujer vuelve a contraer matrimonio, esta vez con Azán Agá.
En cualquier caso, la importancia de este personaje no radica en su historia, más o menos real, sino en la leyenda que se forma a su alrededor en cuanto a su inclinación al cristianismo o su devoción mariana, que serán provocadas en buena parte por sus orígenes.